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M.10 ¿La religión comienza la guerra? ¿Qué pasa con el terrorismo religioso?

Enemigo y guerra

La Enciclopedia de Guerras afirma que menos del 7% de todas las guerras tuvieron como causa principal la religión. Aún así, hay demasiados ejemplos de la violencia religiosa en nuestro mundo, también cometidos por los cristianos. Sin embargo, esta no es la voluntad de Dios. Los conflictos y la guerra son siempre el resultado del pecado humano y el egoísmo de los individuos o grupos. ¡El que predica que Dios quiere que la violencia o la guerra está enormemente equivocado!

Jesús no sólo está contra toda forma de guerra, incluso nos enseña a amar a nuestros enemigos. La enseñanza oficial de la Iglesia busca contribuir a la paz de cada forma posible. La guerra no siempre es inevitable; siempre es una derrota para la humanidad.

La religión se utiliza a menudo como una excusa, pero rara vez es la causa verdadera. Lamentablemente, la religión ha sido objeto de abusos, pero Dios nunca quiere la violencia o la guerra, sólo la paz.
La sabiduría de la Iglesia

¿Qué es necesario hacer para evitar la guerra?

Se debe hacer todo lo razonablemente posible para evitar a toda costa la guerra, teniendo en cuenta los males e injusticias que ella misma provoca. En particular, es necesario evitar la acumulación y el comercio de armas no debidamente reglamentadas por los poderes legítimos; las injusticias, sobre todo económicas y sociales; las discriminaciones étnicas o religiosas; la envidia, la desconfianza, el orgullo y el espíritu de venganza. Cuanto se haga por eliminar estos u otros desórdenes ayuda a construir la paz y a evitar la guerra. [CCCC 486].

¿Cuál es el peligro de las armas modernas?

“Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (Gaudium et Spes 80). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes. [CCC 2314].

¿Qué dice la Iglesia acerca de la carrera armamentística?

La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre más modernas impide la ayuda a los pueblos indigentes, y obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio. [CCC 2315]. “La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable” (Gaudium et spes 81). [CCC 2329].

Esto es lo que dicen los Papas

“Los cristianos a menudo han negado el Evangelio; cediendo a la lógica del poder, han violado los derechos de los grupos étnicos y los pueblos, despreciando sus culturas y tradiciones religiosas: ¡sé paciente y misericordioso con nosotros y concédenos tu perdón! “ [Papa Juan Pablo II, Oración por el perdón, 12 de marzo de 2000].

“¡«NO A LA GUERRA»! Ésta nunca es una simple fatalidad. Es siempre es una derrota de la humanidad. El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, el ejercicio tan noble de la diplomacia, son los medios dignos del hombre y las naciones para solucionar sus contiendas. Digo eso pensando en los tan numerosos conflictos que todavía aprisionan a nuestros hermanos, los hombres” [Papa Juan Pablo II, al cuerpo diplomático, 13 de enero 2003].

“«¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado” [Papa Juan Pablo II, Centesimus Annus, 52].