3.1 ¿Por qué tengo que rezar y cómo puedo hacerlo?
La oración es hablar con Dios (no solamente hablarle a Dios). Cuando oras, te tomas tiempo para conocer a Dios y para construir una relación con él. Esto es importante para cada cristiano. Jesús les dijo a sus discípulos que oraran con frecuencia (Lc 22:46)Lc. 22:46: Él les dijo: “¿Por qué duermen? Levántense y oren para que no entren en tentación.". Sin embargo, la oración no siempre es fácil: ¿cómo empiezas y qué puedes decir?
Lo más importante es que te des cuenta de que Dios está siempre contigo, incluso ahora mismo mientras navegas por Internet... Nada te impide cerrar los ojos en este mismo instante y decirle a Dios lo que hay en tu corazón. Pídele ayuda, manifiéstale lo que encuentres difícil y dale las gracias por lo que has recibido. ¡Eso es orar!
¿Qué es la oración?
La oración es la elevación del corazón a Dios. Cuando la persona ora, entra en una relación viva con Dios.
La oración es la gran puerta de entrada en la fe. Quien ora ya no vive de sí mismo, para sí mismo y por sus propias fuerzas. Sabe que hay un Dios con quien se puede hablar. Una persona que ora se confía cada vez más a Dios. Busca ya desde ahora la unión con aquél a quien encontrará un día cara a cara. Por eso pertenece a la vida cristiana el empeño por la oración cotidiana. Ciertamente no se puede aprender a orar como se aprende una técnica. Orar, por extraño que parezca, es un don que se recibe a través de la oración. No podríamos orar si Dios no nos diera su gracia. [Youcat 469]
En medio de las ocupaciones humanas normales no podemos perder el contacto con Cristo. Necesitamos momentos especiales destinados exclusivamente a la oración. La oración es indispensable, tanto en la vida personal como en el apostolado. No puede haber testimonio cristiano auténtico sin contar con la fuerza de la oración, que es fuente de inspiración, de energía, de valor ante las dificultades y los obstáculos; es fuente de la perseverancia y de la capacidad de tomar iniciativas con nuevas fuerzas. [Papa Juan Pablo II, Homilía en Gorzov, 2 Junio 1997]